martes, 24 de abril de 2012

La belleza de la vida


Aquel día me obsesionaba en todo momento y era incapaz de pensar si alguna vez superaría lo ocurrido y dejaría el pasado atrás.
Todo comenzó cuando yo contaba solo con 13 años de edad. Aquello se resume en un nombre: Elisa. En ella confié lo más profundo de mi ser y se rió de ello abandonando dolorosamente nuestro lazo de amistad concienzudamente anudado por los años. En un momento mi mundo se derrumbó al contemplar a mis compañeros sabiendo mis mayores secretos e hiriendo allí donde podían con el fin de regocijarse y divertirse mientras yo comenzaba a deprimirme lentamente en cada necia palabra o sucia carcajada que provenía de sus labios. Aquel desprecio corría por mis venas día tras día, sin descanso. Con aplomo me resignaba a acudir cada mañana a aquel lugar, lleno de fieras sedientas de lágrimas, que haciendo que mi estancia se tornara gris y desconfortable. Mis ojos ardían al contemplar aquellos jocosos gestos cada vez que en mis oídos retumbaban aquellas hirientes palabras que provenían de aquellas personas. Sentía un gran pesar al no poder ahogar mi tortura en un llanto que solo produciría más crueldad por su parte.
En esos momentos de desesperación comencé a buscar un asidero que realmente nunca encontraría. Tras la despreocupación por parte de mis progenitores empecé a salir con personas diferentes de mi entorno para buscar en ellas lo que no encontraba en mis allegados. Junto a ellos experimenté sensaciones jamás esperadas. Perdí las riendas de mi vida saliendo cada noche y haciendo lo que los demás esperaban de mí, bebiendo alcohol, fumando... caí en un círculo vicioso del que solo saldría tiempo después, necesitada de una gran ayuda. Muy pronto me aferré al mundo de la noche sin esperar el duro bajón que supondría todo aquello más tarde, cuando ya no me encontraba protegida por el alcohol, en mi cuarto, afloraban mis más dolorosos sentimientos y en mi mente solo rondaba la idea de la muerte como fin rápido para mi dolor. Total, ¿ A quien le importaba?
Mientras sucedían estos acontecimientos, en mi casa rezumaba un mal sentimiento el cual se traducía en que mis padres pasaban la mayor parte de su tiempo discutiendo, insultándose y reprochándose sus actos el uno al otro. Mi familia se resquebrajaba por momentos ya que sin duda parecía que aquellos problemas eran insolventables.
En mi mente pesaba la culpabilidad de no hacer nada al respecto y pensando que la culpa de la inestabilidad era mía debido a los quebraderos de cabeza originados desde mi temprana edad. Debido a toso esto, yo me sentía incapaz de confiar mis sentimientos a nadie al no tener a ninguna persona en la que apoyarme. Estaba presa de mi cuerpo con todos esos problemas rondando mi mente, intentando buscar una solución a solas y fracasando en el intento.
Por esas razones comencé a escribir, todas las noches vaciaba mis pesares dentro de aquel cuaderno de tapas negras que guardaba a los pies de la cama en un baúl con miedo a que cualquier persona lo leyera. Cada vez se atenuaba más el dolor de pecho que el transcurso de estos acontecimientos me provocaba.
Mi vida seguía su curso sin saber qué rumbo tomar y haciendo lo posible por contentar a la mayor parte de las personas de mi entorno, humillándome tras el fracaso y volviendo a empezar de nuevo.
Me desperté bruscamente de mi letargo y topé con la cruda y truculenta realidad, la cual no podía afrontar, no tenía fuerza para pasar por estos momentos.¿ por qué los hombres vivimos como si fuéramos a vivir eternamente?
Yo estaba segura de que mi momento estaba cerca y tomé la decisión que marcó mi vida, la peor que nunca pude elegir. Sin meditarlo una tarde de mayo en la cual mi casa estaba vacía bajé las escaleras que llevaban hacia la cocina y entré en la estancia. El silencio sepulcral solo era interrumpido por el ligero sonido de las aves. Me aproximé al cajón y saqué un afilado cuchillo el cual empuñé escaleras arriba. Di el cerrojo y me postré en el suelo leyendo página por página el diario. Por is sonrojadas mejillas corría una tras otra lágrimas símbolo de mi pesar. Al terminar de leerlo lo guardé en aquel lugar, a los pies de mi cama. Sin pensarlo sostuve con temblor aquel cuchillo, por el mango negro. Negro como mi corazón, pensé. Sin más demora realicé varios cortes en mi muñeca izquierda de los cuales comenzó a brotar sangre. Con los ojos inundados de lágrimas observaba como de mi brazo inmóvil, ahora cubierto de escarlata, caía gota por gota sangre formando un charco de desesperación a mis pies.
Desperté tiempo después en el hospital. Lo primero que recuerdo tras mi despertar fue ver la cara de mi madre con los ojos hinchados y mi padre muy envejecido. Me explicaron que al perder el conocimiento golpeé mi cabeza contra el baúl de mi habitación quedando en coma. Los médicos opinaban que tal vez fuera irreversible pero que gracias a mis ansias por vivir y mi fortaleza había combatido durante estos meses. Mencionaron también a algunas personas que durante mi estancia en el hospital visitaron mi cuerpo inerte. Me quedé estupefacta y durante varias semanas pensé sobre ello.
Poco a poco comencé a acercarme a aquellas personas. Era una maravilla poder hablar con ellos, eran especiales; me maravilló saber lo estupendas personas que eran, día tras día descubría nuevas cosas de los que me rodeaban. Tras este arduo camino fui descubriéndome a mi misma, recorriendo el camino de la vida en el instituto hasta llegara graduarnos todos juntos con un gran entusiasmo.
Aquel día marcó el final de la etapa escolar con la consiguiente madurez que supone tener legalmente la mayoría de edad y poder cursar estudios universitarios.
Aquella noche celebramos una fiesta con nuestros compañeros del colegio en la que conocí a la persona que guió mi vida y con la que algunos años más tarde, tras haber terminado la universidad, contraje matrimonio y formé una familia con 3 maravillosos hijos.
Mis compañeros de curso querían hacer un viaje como conmemoración de este gran paso que dábamos y también debido a una larga tradición de todos los años en los que se graduaban los estudiantes. Decidimos ir a valencia por la fiesta de San Juan. Siempre me llamó la atención por lo que había oído sobre las hogueras, que servían para dejar atrás el pasado y renovar lo que usamos durante el año anterior arrojándolo. En la playa se hacían estas fiestas alrededor del fuego con agradable música y siempre quise vivirlo.
Estuvimos allí alrededor de tres días y dos noches de las cuales la segunda fue la más especial. Aquella noche nos sentamos todos juntos alrededor de la hoguera y hablamos sobre el pasado y el futuro, valoramos nuestro paso por el colegio y las enseñanzas que sacamos de ello. Cada uno de nosotros arrojamos parte de nuestro pasado a aquellas llamas. Cada uno contaba su historia. En mi turno narré en líneas generales lo que escribo hoy aquí, dándome cuenta poco a poco del inmenso cambio que supuso aquello en mi vida. Arrojé a las llamas aquel diario negro, tan negro como lo que en ello estaba escrito, y contemplando como poco a poco se consumía en cenizas, reímos todos juntos contando agradables historias mientras vivimos la mayor de nuestras experiencias. 

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